9 de agosto de 2015

La democracia según Carl Schmitt

La democracia liberal ha tenido una gran cantidad de adversarios teóricos (y prácticos). A la izquierda se han situado todas las corrientes marxistas que la han menospreciado como poco más que un consejo de administración de la burguesía. A la derecha, aquellos que han considerado que el pluralismo lo que se hace es generar divisiones artificiales en un cuerpo natural y unido como es el Pueblo. De entre estas críticas quizá la que más destaque sea la de Carl Schmitt (1888-1985), un filósofo jurídico alemán conocido por su militancia en el partido nazi y claramente contrario al régimen parlamentario de la República de Weimar. Sus tesis han recibido la condena enérgica de nuestros contemporáneos, pero resulta notable en qué medida su influencia tiene ecos en nuestros días, como intentaré mostrar a continuación.

Antes de caer en el síndrome de Godwin, me gustaría revisar someramente algunos de sus argumentos. Hoy estamos inmersos en debates muy vivos sobre la capacidad de nuestros sistemas políticos para rendir cuentas y representar el mandato de la gente en un entorno de creciente división de poderes y vaciamiento del poder del Estado. Quizá por eso merece la pena seguir mirando a debates presentes con las luces largas, hacia atrás y hacia delante. Aunque solo sea por precaución.

La crítica al liberalismo

El pilar fundamental de la obra de Schmitt, como la de muchos teóricos de la época, es la crítica al liberalismo y a la democracia liberal. En sus textos este autor argumenta que durante etapas históricas pasadas liberalismo, parlamentarismo y democracia habrían marchado juntos. Sin embargo, en la actualidad (referida a 1923) no se puede considerar como equivalentes las ideas liberal-parlamentarias y las propias de la democracia de masas. Para él, la cháchara del parlamento, ese government by discussion, pertenece al ámbito del liberalismo. Sin embargo, eso no se ajusta a la dinámica propia de la democracia de masas por lo que se debe abandonar a esas instituciones caducas. El debate ya no está en los parlamentos. ¿Les suena?

El hecho es que cada vez más los comités de los partidos o coaliciones son los que deciden a puerta cerrada el destino de la ciudadanía. En la democracia de masas, con sus partidos sometidos a férrea disciplina, la discusión pública es puro teatro. No hay sino «pactos en los despachos» que hurtan la voluntad de la gente. Después de todo el Parlamento dista con mucho de ser una cámara de deliberación al ser incapaz de conciliar los intereses divergentes presentes en la sociedad. Al final estos tienen que ajustarse en negociaciones llevadas a cabo lejos de los ojos de la opinión pública. Además, critica furibundamente cómo la disciplina de partido impide que el diputado pueda representar de verdad al pueblo y cambiar de criterio sobre la base de la deliberación.

Es indudable que muchas de las críticas actuales a las insuficiencias o perversiones de la democracia parlamentaria pueden coincidir con formulaciones expuestas por Schmitt. Un ejemplo claro es la vuelta al mandato imperativo en lugar del representativo respecto a las relaciones entre los representantes y sus partidos políticos.

Sin embargo su crítica al liberalismo no se queda en aspectos meramente institucionales. Lo que Schmitt denuncia es cómo el liberalismo ha supuesto la despolitización de la vida pública. Según denuncia, la teoría liberal ha buscado neutralizar al Estado con el fin último de emancipar a la sociedad burguesa. Es decir, buscar ámbitos de actuación libres de los capitalistas frente a las intervenciones de los poderes de soberanía, buscar una protección de las libertades burguesas individualistas. La política debe ser para Schmitt justamente lo opuesto, la lucha contra ese individualismo que disuelve los lazos humanos.

Al fin y al cabo, para el autor el supremo anhelo del burgués es el de proteger los derechos individuales (especialmente de propiedad) frente a la acción del Estado. Esto lleva a que busque someter todas las funciones estatales al imperio de la ley, a dividir al poder y a minimizar el contenido político del Estado. Toda intervención, todo ataque a la libertad individual ilimitada, a la propiedad privada y a la libre competencia se presenta casi como un acto de violencia. Lo que el liberalismo acepta del Estado se limita a la garantía de las condiciones de la libertad y a la eliminación de barreras a la misma.

Pero para Schmitt la democracia es radicalmente no liberal en tanto que es esencialmente política. De ahí que la democracia se vincule a la supresión del liberalismo y de su producto, el Estado burgués de derecho. La clave está en acabar con la idea de separación entre Estado y sociedad. Frente a la idea de separación entre Estado y sociedad, típica del pensamiento liberal, Schmitt propondrá el giro hacia el Esta­do total, fundado en acabar con tal separación.

Totalidad y politización: el Estado total

La idea de un Estado total para Schmitt es la desaparición del dualismo entre Estado y sociedad, siendo el primero la autoorganización del segundo. Esto es fundamental para él porque implica que todos los problemas sociales y econó­micos se conviertan en problemas directamente estatales.

En su versión más tardía de esta idea Schmitt acabará aludiendo a un Estado total en el sentido de la cualidad y de energía. Esto se asocia directamente con el stato totalitario. Tal Estado sería capaz de reivindicar exclusiva­mente para él los nuevos medios técnicos de poder, no permi­tiría en su interior ninguna fuerza enemiga paralizadora, podría distinguir entre amigos y enemigos. Y Schmitt refiriéndose a la situación alemana insiste en que el sistema de partidos pluralista de la república de Weimar ha desarrollado un tipo de Estado edificado sobre la debilidad e incapacidad para resistir los embates de los intereses organizados. El Estado es como un enfermo postrado que debe transi­gir, contentar a todos, otorgar subvenciones y estar al servicio de intereses contrapuestos.

Como Schmitt dijo en sus escritos: «en Alemania no tenemos hoy en día nin­gún Estado total, sino un conjunto de partidos totales que pretenden cada uno realizar la totalidad y abarcar totalmente a sus miembros, acompañando al hombre desde la cuna hasta la sepultura, desde la guardería, a través de la asociación gimnástica y del club de bolos, hasta la sociedad funeraria». La consecuencia es que los partidos en pugna unos con otros politizan —fijaos que aquí lo emplea como algo negativo— de modo total la vida com­pleta del pueblo y, lo que para Schmitt sería grave, «parcelan la unidad política del pueblo alemán». Los partidos dividen a la sociedad, una idea que también resulta familiar.

Sin embargo el autor va un paso más allá y esboza los rasgos típicos de un Estado, sus­tancialmente autoritario, y que parece inspirarse en algunos ele­mentos del Estado fascista italiano. De ahí que haya dos conceptos de «politización». Politi­zación ilegítima, la derivada de la lucha pluralista de intereses, manteniendo las instituciones políticas liberal-parlamentarias. La de los partidos. Por el contrario, la politización legítima sería la conciencia de la sustancia política del pueblo, el encuentro de la unidad de este pueblo en la comunidad.

Los presupuestos de la democracia: homogeneidad e identidad

Por eso para Schmitt lo importante es que haya una democracia totalmente depurada de cualquier principio liberal. De ahí que los principios de libertad e igualdad sean considerados como contrapuestos y únicamente el segundo tenga validez como principio democrático. Pero obviamente su tratamiento del principio de igualdad es peculiar —faltaría más—. Como él mismo escribió «toda democracia verdadera se apoya en que no solamente lo igual se trata igual, sino que lo desigual se trata desigualmente […]. A la democracia pertenece necesariamente en primer lugar la homogeneidad y en segundo, en caso necesario, la separación o eliminación de lo heterogéneo».

De tales afirmaciones el propio Schmitt saca consecuencias; la cuestión de la igualdad se trata de la sustancia de pertenecer a una nación determinada, la homogeneidad nacio­nal. Por ello, la fuerza política de una democracia se manifiesta en eliminar o alejar lo extraño. Hay que acabar con lo desigual que amenaza a la ho­mogeneidad pudiendo, sin dejar de ser una democracia, excluir a una parte de la población dominada por el Estado. Schmitt se opone cla­ramente a la igualdad de todos los hombres. La utopía democrática de la humanidad para Schmitt vulneraría los presupuestos de igualdad sustancial, de homogeneidad.

Esta idea a todos nos suena claramente reprobable (o no) y alejada de nuestros principios más fundamentales. Sin embargo, hay un segundo paso que ha tenido más recorrido. Es la idea de que hay que elevar la homogeneidad a la categoría de identi­dad: identidad entre gobernantes y gobernados. Lógicamente Schmitt acudirá a Rousseau, reinterpretando su pensamiento desde su perspectiva.

Schmitt considera que el contrato social, si se le quita el barniz liberal reteniendo su concepto central de volonté générale, implica que el Estado verdadero según Rousseau solo existe donde el pueblo es tan homogéneo que domina la unanimidad en lo esencial. Por lo tanto según el contrato social no puede existir en el Estado ningún partido, ningún interés especial, ninguna diferencia religiosa, que separe a los hombres. Debe haber un dirigente que sea Pueblo, que haga que exista la identidad entre ambos. Por eso Schmitt insistirá en que la forma política propia de la democracia solo puede basarse en un concepto específico y sustancial de igualdad. Este es un concepto político que solo puede basarse en la pertenencia a un Pueblo determinado.

El Pueblo y la unidad política

Schmitt no considera al Pueblo, en cuanto portavoz del poder constituyente, como una instancia organizada. Más faltaría. Para él es una magnitud no formada pero que nunca deja de estar en forma­ción, es el fundamento de todo suceso político y origina constantemente nuevas formas y organizaciones. Schmitt alude a que en la Revolución francesa el Tercer Estado era considerado como el Pueblo, siendo negativamente determinado con referencia al clero y a la nobleza. Sin embargo, cuando la burguesía alcanzó el poder, sería el proletariado el nuevo pueblo.

Sin embargo, pronto se desvela cómo para él su posición es claramente subalterna. Este Pueblo, estas masas, basta con que se manifieste en unos pocos momentos trascendentales, respondiendo a las cues­tiones fundamentales con un sí o un no. La idea del referéndum plebiscitario como su forma prevalente de expresión. Conectando con Rousseau, Schmitt procla­mará la irrepresentabilidad del pueblo. Y si «no nos representan» ni se nos puede representar para Schmitt la única manera de manifestarse es mediante la aclamación, que además no puede regularse ni transformarse en ningún procedimiento.

Ga­rantías jurídicas, como el sufragio secreto, la clásica demanda del mundo obrero, lo que harían sería impedir el surgimien­to de la opinión pública. La fórmula natural de la expresión directa de la voluntad popular es el grito de afirmación o de negación de la multitud reunida. La aclamación es una manifestación vital, natural y necesaria de todo el pueblo, pero el liberalismo trata de hacerla imposible. No admite las asambleas populares y la aclamación. Las elecciones son inferiores a la erupción inmediata y la expresión de la voluntad popular ¿Qué mejor manera que todo el Pueblo reunido en una plaza para mostrar la verdadera voluntad de la gente?

En la concepción de Schmitt, teóricamente el pueblo ocupa una posición de portador del poder supremo, pero a la vez aparece como incapaz de gobernarse. Por eso la voluntad general democrática va asociada con el poder de un individuo o una minoría para plan­tear cuestiones al pueblo, que dependería totalmente de tales ini­ciativas, siendo su facultad la de refrendar o rechazar. Porque al final, y esta es la clave, todo lo que es político se funda en la distin­ción entre amigo y enemigo. El Estado no es en sí mismo políti­co, sino solo cuando puede distinguir al amigo del enemigo, tanto en cuanto al interior como al exterior. Por lo que respecta a la sociedad, al politizarse se convertiría en comunidad, y el Estado se fundaría, apoyándose en esta comunidad política, en un Pueblo. Los puros, los virtuosos, contra los enemigos.

Los ecos de Schmitt

La crítica a la democracia liberal parlamentaria es algo que hacemos hoy día con mucha intensidad y que viene de dinámicas estructurales y más coyunturales. Estructurales por la transformación de nuestras sociedades, cada vez más complejas, más globalizadas, en las que los actores tradicionales no parecen capaces de gestionar la magnitud de los retos que tenemos ante nosotros. Coyunturales, como es el estar en medio de una importante crisis que causa gran malestar con la política y la economía, especialmente en los países del sur de Europa. Estos dos elementos lógicamente entroncan con muchas de las críticas que hacemos a nuestros sistemas políticos.

Sin embargo merece la pena reparar en lo redundantes que son algunos de los argumentos. Los parlamentos están vacíos de contenido, los partidos no son sino máquinas que reparten prebendas y dividen a la sociedad, la división de poderes va contra la expresión pura de la democracia, hay que buscar una identidad entre quien nos gobierna y el Pueblo. Son argumentos recurrentes, que nacen de muchos de los puntos ciegos de la teoría liberal de la democracia y que, en el caso de Schmitt, sirvieron para alimentar el fantasma totalitario. Hoy parece que este último está conjurado, pero o bien las fallas de nuestros sistemas no son tan nuevas, o bien debemos revisar nuestra aproximación a la propia noción de democracia.

10 de enero de 2011

Sarah Palin responsable

Sarah Palin cometió un error monumental el año pasado al señalar a los congresistas más fáciles de derrotar en las elecciones parlamentarias de 2010 con unas dianas como las que se usan en las prácticas de tiro. Era un despropósito propio de una persona que cae en ellos con frecuencia.

Es posible que este episodio acabe con Palin. Su radicalismo, que empezaba a ser grotesco, puede resultar ahora cruel. Palin ha contribuido a envenenar el debate político con su estilo.

Palin no es un sujeto extraño a EEUU. La apoyan millones de personas. Su estilo, por aborrecible que pueda parecer, se identifica plenamente con ciertas costumbres y ciertas tradiciones norteamericanas.

Si se quiere buscar un responsable por encima del culpable debe señalarse a la sociedad americana, o a la parte de ella que cree en la venganza individual, que le niega al Estado el patrimonio de la violencia y que exhibe sus armas con tanto orgulloso constitucional como exhibe su libertad.

Existe, desde luego, esa América tolerante, abierta, intelectual y emprendedora que eligió presidente a Barack Obama y que en todas partes se admira y respeta. Pero hay otra porción de América, la rural, inculta y salvaje que ruge intermitentemente cuando siente sus intereses en peligro. La primera América milita en ambos partidos, pero el Partido Republicano se ha quedado con la otra parte por completo.

Es lógico, por tanto, que todos los paranoicos con armas simpaticen con los republicanos, como otros terroristas en otras partes se esconden tras un lenguaje presuntamente de izquierdas.

Reflexiones de una tragedia

El cruento tiroteo en Tucson, Arizona, ocurrido el sábado obliga una reflexión sobre las condiciones en nuestra sociedad que conducen a que un joven, con aparente desequilibrio, sea capaz de semejante masacre durante una reunión informal política en un sitio público. El hecho que el blanco haya sido la congresista Gabrielle Giffords (D- Arizona) introduce un elemento imposible de ignorar, en un momento en que el debate político se ha vuelto especialmente destructivo.

Giffords, una demócrata de tendencia conservadora que está a favor de la reformas migratoria, había sido víctima de amenazas y de agresiones en contra de su oficina, especialmente después de haber apoyado la reforma médica. Durante la campaña política del año pasado, su escaño estaba marcado como un blanco de tiro por la ex gobernadora de Alaska Sarah Palin —cuyo lema es "no replegarse, sino recargar"— como señal de vulnerabilidad electoral. Al mismo tiempo, el contrincante político de noviembre de Giffords organizó un acto de campaña en un centro de tiro al blanco.

El agresivo clima político proveniente de la ultra derecha es el responsable de la tragedia. Tal como lo señaló el Sheriff del condado de Pima, Clarence Dupnik, el nivel "corrosivo" del debate político actual —especialmente en Arizona— puede llevar a un desequilibrado a tener una reacción de este tipo.

No está claro el movil político que pudo tener el sospechoso Jared Lee Loughner para actuar de esta manera. Lo que se conoce de él es un pasado conflictivo, mentalmente inestable con ideas delirante mezcladas con el fervor antigubernamental. No obstante los indicios de inestabilidad, él pudo comprar legalmente el arma usada en la masacre gracias a que Arizona tiene una de las leyes más laxas del país en la venta de armas de fuego.

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9 de enero de 2011

La radicalización política en EEUU

Puede que Jared Lee Loughner, el presunto autor de la matanza de Tucson, tenga sus propios desequilibrios mentales, pero el sheriff del condado de Pima, donde se produjo la tragedia, Clarence W. Dupnik, ha puesto un dedo en la llaga al señalar que ese desequilibrio está fomentado por la "virulencia retórica" antigubernamental de ciertos políticos y comentaristas de radio y televisión. Dupnik no acusó concretamente a nadie de usar esa "virulencia retórica" pero, por si acaso, Sarah Palin, la líder del movimiento ultraconservador Tea Party, ha retirado de su página de internet la diana con la que apuntaba al distrito de Gabrielle Giffords, la congresista demócrata herida de gravedad en la cabeza por los disparos de Loughner.

"Estamos en la lista de objetivos de Palin. El problema es que nos ha puesto en esa lista colocando una mirilla telescópica sobre nuestro distrito. Cuando la gente hace eso, se tiene que dar cuenta de que su actitud tiene consecuencias", denunció la propia Giffords en marzo pasado. Ese mes sus oficinas fueron atacadas por desconocidos horas después de haber votado a favor de la reforma sanitaria del presidente Barack Obama, una reforma a la que se opuso ferozmente el Partido Republicano y el Tea Party.

Durante meses, en muchas de las concentraciones de protesta del citado grupo contra la reforma sanitaria, era normal ver a mucha gente armada asegurando que usarían sus pistolas, rifles y ametralladoras para defenderse contra el Gobierno y el Estado. El movimiento ultraderechista, respaldado por la cadena de televisión Fox, ha condenado el atentado contra Giffords y, tras revisar las listas de sus miembros, ha confirmado que Loughner no es uno de los suyos.

La víctima había advertido hace meses del peligro del lenguaje agresivo

Además, sus portavoces se han encargado de poner la venda antes de la herida y se han declarado ya víctimas al asegurar que la izquierda les va a acusar de ser los responsables ideológicos del tiroteo, algo que hasta ahora nadie ha hecho. "En este momento, cuando tendríamos que pensar en lo que ocurre en la política y en que no importa cuáles sean los motivos del pistolero, la izquierda va a acusar al Tea Party", dijo un portavoz.

Desmintiendo sus palabras, el senador demócrata Dick Durbin declaró que no cree que exista una "conexión directa" entre la matanza y la retórica de un grupo político específico. No obstante, sí observó que "vivimos en un mundo de imágenes violentas y palabras violentas", y citó como ejemplo la frase "no hay que replegarse sino cargar las armas" que, precisamente, pronunció recientemente Sarah Palin.

Por su parte, el senador republicano Lamar Alexander sólo quiso dejar claro que la acción de Loughner no tenía nada que ver con el Tea Party y, para ello, recordó que el presunto asesino había asegurado que entre sus libros favoritos figura el Manifiesto comunista, de Karl Marx.

Las palabras del sheriff Dupnik han tenido eco en todos los medios de comunicación estadounidenses, hasta el punto de que, según The New York Times, "ningún acontecimiento desde el atentado de Oklahoma, en 1995, había atraído tanta atención acerca de si el extremismo y el sentimiento antigubernamental o, incluso, la simple pasión política en los dos lados del espectro político han creado un clima promoviendo la violencia".

Palin retira de su web un mapa con una diana sobre el distrito de Giffords

Por su parte, el presidente del Congreso, el republicano John Boehner, ha querido superar ese lenguaje y la división en el país al asegurar que "cualquier ataque a un funcionario es un ataque a todos los funcionarios. Actos de violencia y amenazas contra cargos públicos no tienen lugar en nuestra sociedad".

"La meca de la intolerancia"

Pero, según el sheriff Dupnik, precisamente eso es lo que está ocurriendo en Arizona, un estado entre los más republicanos del país y que, a su juicio, se ha convertido "en la meca del prejuicio y la intolerancia". Dupnik reveló que tanto él como muchos otros cargos públicos han recibido amenazas de muerte.

"Eso es lo triste de lo que está ocurriendo en Estados Unidos. Muy pronto no vamos a ser capaces de encontrar gente decente y razonable que desee servir en una oficina pública", aseguró.

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8 de enero de 2011

Una congresista demócrata, tiroteada en Arizona

Un tiroteo en Tucson (Arizona) ha matado a seis personas y causado heridas al menos a 12 personas, incluyendo la senadora Gabrielle Giffords, una demócrata moderada reelegida para un tercer mandato en las elecciones del pasado noviembre frente a un candidato del Tea Party y cuya oficina fue atacada en marzo por extremistas conservadores después de que ella diera su apoyo a la ley de reforma sanitaria. La Policía del Capitolio ha pedido a los miembros del Congreso que tomen precauciones "razonables".

zoomLa legisladora demócrata Gabrielle Giffords.

La legisladora demócrata Gabrielle Giffords. HANDOUT | EFE

zoomAnuncio que lanzó el comité de Acción Política de Sarah Palin en el que puso dianas a los congresistas que habían apoyado la reforma sanitaria.

Anuncio que lanzó el comité de Acción Política de Sarah Palin en el que puso dianas a los congresistas que habían apoyado la reforma sanitaria.

zoomAnuncio amenazador contra Giffords publicado el pasado verano.

Anuncio amenazador contra Giffords publicado el pasado verano.

Aunque inicialmente CNN y la radio pública NPR han confirmado la muerte de Giffords y otras seis personas el hospital al que ha sido trasladada ha confirmado que Giffords, que ha recibido disparos en la cabeza, se encuentra viva y está siendo operada.

Giffords, de 40 años, casada con el astronauta Mark Kelly y madre de dos hijos, participaba esta mañana en un supermercado en El Congreso en tu esquina, un acto con ciudadanos con el que pretendía escuchar directamente sus preocupaciones. Un hombre joven según los testigos ha abierto fuego y ha herido hasta a 12 personas. Entre las víctimas se cuentan un niño y un juez federal.

El sospechoso ha sido identificado como Jared Laughner, de Arizona, nacido en septiembre de 1988. Al parecer, ha echado a correr tras disparar y ha sido frenado por un viandante, lo que ha facilitado su detención. Según un testigo que ha hablado con The New York Times, se trata de un joven veinteañero que iba desharrapado y que ha disparado a Giffords desde cerca y por la espalda.

Ola de condenas

El atentado ha causado inmediatamente una ola de condenas. El presidente de EEUU, Barack Obama, ha emitido un comunicado denunciando que "un acto de violencia tant errible y sin sentido no tiene cabida en una sociedad libre". John Boehner, el republicano que desde esta semana es presidente de la Cámara baja, ha hablado de "un día triste para el país" y ha dicho que "actos y amenazas de violencia contra servidores públicos no tienen cabida en nuestra sociedad. Un ataque en alguien que sirve es un ataque a todos los que sirven".

Giffords es miembro del comité de Servicios Armados del Congreso así como del de Ciencia y Tecnología. Aunque es miembro de los blue dogs, el grupo de demócratas moderados en el Congreso, defiende el derecho al aborto y dio su apoyo a la ley de reforma sanitaria, durante cuyo debate y votación se intensificó la violencia y las amenazas contra los congresistas a su favor.

En los comicios de noviembre Giffords se midió a Jesse Kelly, un candidato apoyado por el Tea Party, al que se impuso por un ajustado margen. Su nombre fue uno de los 20 que el Comité de Acción Política de Sarah Palin puso en un controvertido mapa en el que se señalaban con puntos de mira como los de un arma a congresistas demócratas que habían votado por la reforma sanitaria. El mapa hoy ya no está disponible en la web que lo publicó y Palin ha colgado un mensaje de condolencia en el que pide "paz y justicia" en su página de Facebook, donde ya ha nacido un grupo que le pregunta "¿Estás ahora contenta, Sarah Palin?".

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21 de diciembre de 2010

¿Que pasa? ¿porque abren el paragua antes de que llueva?

El Secretario de Justicia de EEUU, Eric Holder.

El secretario de Justicia de EEUU,Eric Holder, lanzó una dura advertencia sobre la creciente amenaza que representa el terrorismo procedente del propio país y recordó que los ciudadanos "deben estar preparados para recibir, potencialmente, malas noticias".

En declaraciones al programa a un programa televisivo de la cadena ABC,Holder indicó que lo que más le preocupa es el aumento en el número de ciudadanos estadounidenses dispuestos a perpetrar atentados contra sus propios compatriotas.

"Es una de las cosas que me mantienen despierto por la noche. Hace sólo dos años uno no se preocupaba de esto, sobre individuos, sobre ciudadanos, al nivel que lo hacemos ahora", explicó el alto funcionario.

"La amenaza ha cambiado de preocuparnos simplemente por los extranjeros que vienen a la gente que ya está aquí, ciudadanos estadounidenses, criados aquí, nacidos aquí y que por la razón que sea han decidido que se van a radicalizar y tomar las armas contra la nación en la que nacieron", apuntó.

En los últimos dos años, declaró, se ha detenido a 126 personas por cargos de terrorismo, de los que unos 50 eran ciudadanos estadounidenses.


¿Que pasa? ¿la inteligencia ha recibido alguna advertencia? ¿insurrección de la derecha ante la crisis economica?

19 de diciembre de 2010

Charlie Wilson, el hombre que terminó con "la guerra fría"



Charlie Wilson, el congresista de Texas que inventó la guerra de Afganistán al lograr canalizar millones de dólares para financiar la insurrección contra el gobierno de Mohamed Taraki, falleció ayer, a los 76 años. Wilson no era ni agente de la CIA ni trabajaba para el Pentágono, pero su actuación provocó la caída del bloque soviético y del Muro de Berlín, y dio término a la llamada Guerra Fría, que atemorizó al mundo durante cuatro décadas.

Todo comenzó en 1978 cuando el golpe de Estado en Afganistán instaló en el gobierno a Mohamed Taraki,un joven político de ideas progresistas que buscaba dar una gran transformación a Afganistán.

Parte de esta transformación consistía en una serie de reformas modernizadoras y laicas que agrupaban intereses básicos como urbanizar y abastecer de agua potable a todo el país, así como avances en educación y salud. Sin embargo, el rechazo de la facción fundamentalista, apegada el Corán, pudo más al encontrar el sorpresivo apoyo del congresista Charlie Wilson.

Gran parte de esta historia aparece retratada en la película de Mike Nichols, La Guerra de Charlie Wilson, protagonizada por Tom Hanks.

Como se recordará, Taraki pidió ayuda a la URSS para contrarrestar la insurgencia de loa muyahidines, que eran financiados por Estados Unidos. Este apoyo financiero se hizo cada vez más creciente y la Unión Soviética comenzó a sufrir un fuerte desgaste político, económico y militar que la llevó a la bancarrota en esos tres frentes. Tanto, que el cabo de casi diez años Afganistán se había convertido en el Vietnam de la URSS. Así fue como el apoyo de Estados Unidos a los muyahidines (entiéndase, a Osama Bin Laden) significaron el colapso financiero de la Unión Soviética, que se vio forzada a eliminar el apoyo a los países socios, ocasionando el desplome definitivo del bloque soviético que significó "el fin de la guerra fría".

Vaya personaje el de Charlie Wilson. Y no crea que en Estados Unidos le reconocen sus méritos. Por eso es conveniente ver la la película de Mike Nichols.

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10 de diciembre de 2010

Harry Gold, el espía que «entregó el secreto de la bomba atómica a la URSS»

«Cometí una falta terrible y tengo profundo remordimiento». Estas fueron las palabras del químico Harry Gold, el día que fue condenado a 30 años de prisión por vender secretos nucleares a la Unión Soviética. La sentencia publicada por ABC el 10 de diciembre de 1950, hace hoy 60 años, cerraba uno de los episodios de espionaje más importantes del siglo XX, en un momento crucial de la historia contemporánea: la carrera desesperada, durante Segunda Guerra Mundial, por ser la primera potencia en fabricar la bomba atómica.
ABC
Harry Gold, saliendo de la prisión Lewisburg donde estuvo preso 16 años (1966)
Gold, nacido en Suiza pero nacionalizado estadounidense, había sido detenido seis meses antes por agentes de la Oficina Federal de Investigaciones, «acusado –según explicaba ABC– de haber entregado el secreto de la bomba atómica a la Unión Soviética, en colaboración con el espía atómico británico, doctor Fuchs».
Aunque muchos historiadores han puesto en duda la relevancia de los secretos desvelados por Gold y Klaus Fuchs –Estados Unidos, de hecho, ganó la carrera atómica al realizar la primera prueba nuclear de la historia («Prueba Trinity», en 1945) y producir las bombas de Hiroshima y Nagasaki–, lo cierto es que los intentos por ser el primer país en hacerse con esta arma de destrucción de dimensiones desconocidas hasta entonces, puso en jaque a los servicios de inteligencia de las principales potencias mundiales entre 1939 y 1945.
Mientras Estados Unidos desarrollaba el conocido «Proyecto Manhattan», responsable de las bombas de Nagasaki e Hiroshima, los nazis tenían el «Proyecto Uranio» y los soviéticos la «Operación Borodino». La «batalla» atómica, que continuó una vez iniciada la Guerra Fría, se jugó en muchos frentes.
Gold, el reacio comunista
Gold, «ese soltero tímido de ojos tristes de Filadelfia» –como lo definió el periodista e historiador Allen M. Hornblum en «El invisible Harry Gold: el hombre que dio a los soviéticos la bomba atómica» (Universidad de Yale)–, era un recluta reacio a la causa comunista en 1930, que incluso se resistió a las arengas soviéticas de un amigo de la juventud. Pero, finalmente, e «impresionado por el hecho de que la Unión Soviética se había convertido en el primer país en hacer del antisemitismo un crimen contra el Estado», se decidió, alrededor de 1934, a llevar a cabo acciones de espionaje contra su empresa,Pennsylvania Sugar Company, cuyos productos eran de interés para la URSS.
«Para evitar ser vigilado –contaba Hornblum en su libro–, caminaba por el lado oscuro de la calle y comía en restaurantes con cabinas en lugar de mesas al aire libre». «Nadie podría sospechar que el hombre rechoncho de aspecto extraño y expresión triste era un espía soviético que comerciaba con secretos industriales y militares», añadía.
Pero así fue, tal y como reconoció cuando fue detenido y juzgado. Se dedicó a entregar información vital de carácter atómico a los comunistas: «Quería ayudar a una nación cuya finalidad yo apruebo, al mismo tiempo que para reforzar su poderío industrial». Gold contó que recibía la información de Fuchs, físico teórico alemán que participó en el «Proyecto Manhanttan», en el importantísimo Laboratorio Nacional de Los Álamos, que luego entregaba a su vez a un individuo encargado de hacerla llegar a Rusia. Aquel fue el punto culminante de su carrera como espía, poco después de entrar en contacto con Fuchs, condenado más tarde a 14 años de prisión.
Los Rosenbergs, ejecutados
En 1950, cinco años después de que Hiroshima y Nagasaki fueran devastadas, la Policía británica y estadounidense consiguieron acabar con aquella red de espionaje soviético que tantos éxitos había cosechado durante la Segunda Guerra Mundial. Primero fue arrestado el doctor Fuchs. Después, Gold, que logró salvar su propia vida tras testificar y traicionar a otros camaradas, como el matrimonio de Julius y Ethel Rosenberg , que se convirtieron en los primeros civiles de la historia de Estados Unidos ejecutados por espionaje.
«Gracias a diferentes actos de traición, la URSS fabrica hoy la bomba atómica», aseguró Owen Brewster, un senador republicano, el día en que Gold fue condenado. Y añadió: «Este estado de cosas debe ser tenido en cuenta para decidir si es conveniente aplazar el empleo de la bomba atómica para un día fatal».
Gold sólo cumplió 16 de los 30 años, saliendo de la cárcel en 1966 y convirtiéndose en un profesor de universidad y químico de renombre en la Alemania Democrática, a donde se exilió nada más ser puesto en libertad.

Fuente: ABC ES