24 de noviembre de 2005

Algo que agradecer

Muchos se hacen pis encima recordando a la generacion del 80, pero a mi no me despierta ninguna admiracion, esos tipos (Roca y sus amigos) no hicieron mas que poner en practica el viejo (y siempre actual) proyecto del traidor Alvear, que fue a Brazil a ofrecer las Provincia Unida a Inglaterra como una colonia mas. Todavia los liberales mantienen vigente esa larga aspiración: no ser nada mas que una colonia de alguna potencia. Por eso los ochentista me parecen destestable en muchos aspectos. Pero hay algo rescatable y que hoy tiene sus frutos positivos: esos tipos eran laicos, increiblemente laicos, no querian que los problemas religiosos dividieran al pais por eso crearon las escuela laica, gratuita y publica, que tan profundamente marco nuestra forma de ser. Me pongo de pie ante ellos y los aplaudo. Que lastima, pero que lastima que no les importara las industrias, que lastima.

19 de noviembre de 2005

Perón-Vargas, la alianza inconclusa

En sus dos primeros gobiernos, Perón soñó con un pacto que habría unido política y económicamente a la Argentina, Brasil y Chile. Investigadores argentinos y brasileños indagaron en los porqués de ese fracaso.
Un simpático anciano de 77 años, dispuesto a contar todo. Una periodista argentina señala caminos para una investigación completa. Archivos secretos deseosos de ser abiertos en un barrio periférico de Buenos Aires. Historiadores de la patria de San Martín ayudando a armar el gran mosaico. Y un periodista brasileño apasionado por la Historia y deseoso de saber todo con respecto al período que reunió a Juan Perón y Getúlio Vargas.Gracias al trabajo de estos investigadores, se llegó a conocer uno de los mayores proyectos políticos de Juan Perón: la integración de América del Sur y la formación de un bloque de países para resistir al apetito hegemónico de EE.UU. El plan se conoció como el Pacto de ABC (Argentina, Brasil y Chile).El simpático anciano es un geólogo amigo de Perón llamado Carlos García Marín. La periodista es María Seoane. Los archivos secretos, con documentos sigilosos protegidos por nueve grandes y viejas cajas, descansaban en un viejo edificio de la calle Zepita, en Barracas. Los historiadores que han ayudado a armar el rompecabezas son Enrique Pavón Pereyra, Fermín Chávez, Ricardo Molas, Jorge Gonzales Crespo y Roberto Baschetti. El periodista brasileño es Hamilton Almeida. Buscó información durante más de un año en la calle Zepita y escribió: Bajo los ojos de Perón -el Brasil de Vargas y las relaciones con la Argentina, publicado en Brasil por la editorial Record.Perón defendía la llamada Tercera Posición, una salida alternativa para evitar el alineamiento con las superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Su estrategia era muy pragmática: "La Argentina, sola, no tiene unidad económica; Brasil, solo, tampoco; Chile, igual. Pero estos tres países, unidos, forman actualmente la unidad económica más extraordinaria del mundo. No caben dudas de que, realizada esa unión, los demás países sudamericanos entrarán en su órbita". El presidente argentino soñó a América del Sur como la región internacional depositaria de las "mayores reservas de dos elementos fundamentales de la vida humana: alimento y materias primas". Pero divisaba un gran peligro por delante. La historia de la humanidad mostraba que las grandes potencias, cuando necesitan bienes que no poseen o que se le agotaron, van en su busca y los consiguen "por las buenas o por las malas". En la búsqueda de la soñada unión, Perón emprendió la lucha. Todo comenzó a fines de los 40. Su primer paso sería el de conquistar el apoyo del socio más importante, Brasil. En 1950, Getúlio Vargas surgía como el candidato a la presidencia brasileña con las ideas más próximas a las de Perón. Algunos gigantes brasileños se imponían en su camino: los dos grandes partidos de oposición, el poder económico y la prensa. Además, Vargas no poseía dinero y tenía que recorrer en campaña un país continental, para hablar en actos, con los naturales y enormes gastos que esto implicaba. Pero tenía un aliado importante: las masas y otro muy fuerte, no previsto inicialmente: Juan Domingo Perón. El presidente argentino proveería dinero, material impreso y alimentos para la campaña. La ayuda al candidato brasileño comenzó en 1948. Por orden expresa de Perón, fue articulada una operación secreta en la frontera, entre las ciudades de Paso de los Libres y Uruguayana. El encargado de manejar la iniciativa era un amigo de confianza del presidente argentino, el geólogo Carlos García Marín de YPF, y secretario administrativo del Sindicato de los Petroleros. Además de dinero y material impreso, cruzaron la frontera, toneladas de alimentos (harina, yerbamate, pan, pastas). Para asegurar el transporte, una gigantesca "operación hormiga" cruzaba de Paso de los Libres a Uruguayana de tres a cinco veces por día. El total de "mulas" que transportaban los productos involucró a tres mil personas y se destinaban a Río de Janeiro, San Pablo y Porto Alegre. Con su apoyo, Getúlio Vargas ganó la elección. Perón podría iniciar la etapa concreta del sueño de unir a América del Sur contra EE.UU. El plan preveía primero la unión de tres países: Argentina, Brasil y Chile. En el caso de Chile, Perón también ayudó financieramente a la elección del candidato presidencial de su preferencia, el general Carlos Ibáñez del Campo. La victoria electoral en Brasil y Chile no ilusionó a Perón. Por eso, no se durmió en los laureles y en febrero de 1951, poco después de la asunción de Vargas, envió un emisario especial a Río de Janeiro. El coronel del Ejército Roberto T. Dalton miró fijamente a los ojos de Vargas y le dijo:—Señor presidente, quiero transmitirle un mensaje personal de Perón. El me ordenó decirle que su parte del acuerdo realizado meses atrás ha sido cumplida. Ahora ha llegado su turno de cumplir con la otra parte.Vargas fue directo al punto:—Pues diga a mi gran amigo, el general Perón, que estoy profundamente agradecido por la ayuda que él me prestó para ganar las elecciones. Pero ahora es absolutamente imposible cumplir con mi parte. Gobierno un país con un Congreso fuertemente opositor, que no es como el argentino, que Perón puede manipular a su voluntad. Espero que Perón haga lo que yo voy a hacer: sacar de EE.UU. todas las ventajas económicas posibles. Y más adelante vemos el tema del eje Buenos Aires-Río de Janeiro.Perón no perdió tiempo. Si Brasil no podía adherirse al pacto en aquel momento, era necesario buscar a Chile. Por eso, fue a Santiago. Y le dijo al general Ibáñez: "Vengo aquí con todo listo, traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido inicialmente a hacer esto primero con Brasil. De manera que todo está saliendo perfectamente bien, tal como fue planeado. Y, tal vez, al hacerlo, se le facilite la acción a Vargas".Lo que ni Perón ni Ibáñez esperaban era que el canciller de Brasil, Joao Neves da Fontoura, iba a hacer declaraciones duras en relación al Pacto. Dijo que Brasil estaba en contra de los pactos regionales y que éstos significaban la destrucción del panamericanismo. Al retornar a Buenos Aires, Perón entendió mejor la actitud brasileña. Un amigo de Vargas, el periodista Gerardo Rocha, le dijo: "El presidente pidió que le explique lo que pasa en Brasil. La situación de él es muy difícil. Políticamente, no consigue gobernar. Hay sequía en el Norte y heladas en el Sur. El comunismo está muy peligroso. El no puede hacer nada y pide disculpas".Todo este relato fue reproducido por Perón en una célebre conferencia secreta en la Escuela Nacional de Guerra, el 11 de noviembre de 1953, menos de un año antes de que los militares intentaran destituir a Getúlio Vargas. Para evitar la caída, se suicidó, dejando perplejos a sus enemigos, invirtiendo la situación política, movilizando a las masas y postergando en 10 años la dictadura militar.El gran sueño de Perón naufragaba. ¿Vargas engañó a Perón? ¿No quería participar del pacto desde el principio, pero protagonizó todos los acuerdos preliminares como un gran farsante? ¿Usó a Perón para recibir todo su apoyo para ser electo y lo traicionó a la hora de cumplir su parte del trato? ¿O realmente quería el Pacto de ABC y actuó de buena fe? ¿Enormes presiones internas y externas (entiéndase EE.UU.) le impidieron ir hasta el final en relación a lo acordado con los argentinos?La hipótesis de que Vargas actuó de buena fe y de que era favorable al Pacto de ABC, pero no tuvo fuerza política para participar, parece confirmada por la actitud del poderoso conjunto de sectores brasileños que, en aquella época, se oponía a la Argentina y a la figura de Juan Perón.Los militares eran una voz decisiva en la política. Derrocaron a Vargas en 1945, exigieron el alejamiento del ministro de Trabajo, Joao Goulart e iban a expulsar a Getúlio en 1954, si él no se hubiera suicidado.Todo indica que Getúlio Vargas quiso y no consiguió llevar adelante el Pacto de ABC con Argentina y Chile. El presidente brasileño era demasiado nacionalista para los parámetros conservadores de las clases dominantes brasileñas. Y estaba muy debilitado. Sus opositores podrían usar, sin dificultades, la alianza con Perón para derribarlo aun antes del fatídico 24 de agosto de 1954.En un expediente secreto enviado a Buenos Aires en julio de 1954 desde la Embajada Argentina se muestra que Vargas no tenía retaguardia para cumplir lo que le había prometido a Perón. Su contenido, en lenguaje diplomático cifrado, era el siguiente: "El presidente Getúlio Vargas tiene simpatías por nuestro país, pero sus medios de expresión (políticos y administrativos) están recortados por una oposición fuerte y total (Parlamento, prensa y clases dominantes). El sentido político lo obliga a silenciar su verdadero pensamiento y deja libres a sus ministros. A esto se deben las profundas alteraciones de la política externa de dos gabinetes de un mismo presidente".Es como si los ojos y oídos de Juan Perón en Brasil le dijeran: Getúlio Vargas no lo traicionó.

7 de noviembre de 2005

El giro estatista de un liberal

Tras anunciar el "fin de la historia", Francis Fukuyama dice ahora que es urgente fortalecer el Estado. En su último libro asegura que los Estados débiles son causa de casi todos los males: "pobreza, sida, droga, terrorismo". A punto de llegar a Buenos Aires, donde participará con prestigiosos intelectuales de un seminario sobre la brecha entre EE.UU. y América latina, habló con Ñ de los "errores" de aplicación del programa neoliberal, del fracaso en Irak y de las "malas decisiones" de Menem que arruinaron a la Argentina.A comienzos de los 90, un liberalismo exultante por el inesperado triunfo sobre su último enemigo secular, el comunismo, ofreció al mundo un programa destinado a ganar un amplio e inmediato consenso. Ese programa prometía prosperidad para todos, paz mundial y plena libertad política. Consolidado por el consumo de masas, la innovación a todo nivel y la unificación financiera y electrónica del planeta, un nuevo mundo se disponía a entrar en la fase más uniforme de su historia. En ella, al parecer, todas las comunidades nacionales aspiraban a instalar o perfeccionar una democracia capitalista. Como ningún otro podía ser el objetivo de la política racional, esto quería decir que la historia había llegado a su fin. El liberalismo se había quedado sin rivales de consideración.No se debe entender que con el "fin de la historia" el progreso se fuera a detener; al contrario, no había posibilidades de evolucionar sin mercado desregulado ni elecciones libres. Se trataba más bien de que las alternativas "históricas" se habían vuelto indeseables o irracionales: comunismos arqueológicos o fundamentalismos religiosos asfixiantes. Fue Francis Fukuyama quien plasmó la fórmula emblemática del eufórico clima ideológico de los años 90, con un núcleo argumental capaz de hacer frente a las objeciones. De manera irónica, y al menos momentánea, la historia estaba de su parte. Tres lustros después de la publicación del ensayo que hizo famoso a Fukuyama —y del que ahora, según dijo a Ñ, prepara una nueva edición—, ese optimismo ya no caracteriza el panorama internacional. El fin de la historia, como programa de modernización, entró en una fase turbulenta. La principal potencia militar ya no puede asegurar la estabilidad mundial. Sus intervenciones suscitan antipatía. La admiración que en su momento despertó el modelo estadounidense mutó en un difundido sentimiento antiimperialista que analistas como Fukuyama denominan "antiamericanismo". Es cierto que las guerras entre naciones casi han desaparecido tras la caída del muro de Berlín. No obstante, en el interior de muchos países pobres la violencia política o la abierta guerra civil se han vuelto habituales. En las sociedades ricas, la reacción contra esa modernización llegó a adquirir un rostro atroz. Los recientes atentados en el subterráneo de Londres evidenciaron que "el peligro fundamentalista" se generaba en los suburbios de su majestad y no en remotas comunidades tradicionales. Los "terroristas islámicos" eran ciudadanos británicos, inmigrantes de segunda generación.La etapa pinochetista de Chile, sugiere Fukuyama en esta entrevista, constituye un modelo "exitoso" de implantación del experimento neoliberal; aunque de este lado de la cordillera, este experimento desencadenó la mayor catástrofe de la historia nacional. Como sea, incluso tras algunos lustros de restauración democrática, los pobres de Chile todavía aguardan el prometido derrame mientras el país exhibe contantes tasas de crecimiento. El monopolio liberal del mundo acabó plasmando un panorama de gran desigualdad que, para sus promotores iniciales, resultó redituable pero muy inseguro. Por eso Fukuyama dirigió su atención a la institución central de la vida política: el Estado. Históricamente, el Estado cumple la función de controlar la violencia dentro de una jurisdicción territorial. Al menos para algunas culturas políticas (que los neoliberales estadounidenses deploran), el Estado también es el encargado de evitar una polarización social extrema. En su ambición por liberar a la economía de cualquier traba, las políticas triunfantes en los años 90 atrofiaron o anularon las posibilidades del Estado para impedir la violencia, el aumento de la miseria o la explotación irrestricta del trabajo humano. Fukuyama estima que es hora de restaurar la soberanía estatal. En su último libro, La construcción del Estado, escribe: "En este libro defiendo la construcción del Estado como uno de los asuntos de mayor importancia para la comunidad mundial, dado que los Estados débiles o fracasados causan buena parte de los problemas más graves a los que se enfrenta el mundo: la pobreza, el sida, las drogas o el terrorismo". Al tratar de fundar el orden mundial en el fortalecimiento de los Estados, Fukuyama se opone al dogma neoliberal del Estado mínimo. Según el liberalismo clásico, el Estado se inmiscuye demasiado en la vida privada bloqueando las iniciativas individuales. Cuanto más restringido sea su papel, la sociedad que lo sufre como un mal necesario (por seguridad) disfrutará de mayores estímulos para multiplicar la riqueza y garantizar la libertad personal.Algunos de quienes sólo veían en el Estado un factor de distorsión económica (demasiada intervención, pésima gestión, impuestos exorbitantes) y recomendaban reducirlo al mínimo, impulsan ahora su reconstitución. En el panorama que observaron más allá del Estado, los partidarios de la libertad económica no encontraron esa apacible anarquía de mercaderes intercambiando bienes y servicios por sano egoísmo, sino la guerra civil y la miseria, la inestabilidad regional y la inseguridad global. ¿A qué se debió la inicial aceptación del consenso de Washington neoliberal? Es que el Estado había sido una fuente principal de padecimiento popular en el siglo XX. Desencadenó guerras mundiales y organizó exterminios masivos, postró poblaciones y reprimió generaciones enteras. Pero después de que una economía desbocada lo neutralizó, a comienzos del siglo XXI, liberales como Fukuyama impulsan su recomposición, motivados por razones de seguridad propia. Un mundo sin Estados se les aparece ahora como un mundo peligroso, lleno de terroristas, señores de la guerra y atentados suicidas. Para zonas enteras del planeta, insinúa Fukuyama en su libro, el remedio estatal —viejo como Thomas Hobbes pero recién descubierto por algunos liberales— quizá llegue demasiado tarde.Fukuyama, en tanto, llegará la próxima semana a Buenos Aires. Dictará el miércoles una conferencia en la Universidad Di Tella y participará, el 10 y 11, de un seminario sobre la brecha entre Estados Unidos y América latina. Desde su oficina en Washington, responde animado: "No voy a la Argentina desde 1999, antes de la crisis. Tengo muchas ganas de volver y charlar con gente."- —¿Por qué piensa que las políticas del llamado "consenso de Washington" produjeron resultados tan uniformes y el debilitamiento de la estructura del aparato estatal en todos los países en que se implementó? - —Bueno, no creo que haya sido el mismo caso en todos lados. Por ejemplo, sabrá que Chile, en algún sentido, fue el primer país en implementar una gran parte del consenso de Washington en los 80 y 90, y le ha ido muy bien. Creo que lo que pasó fue que a fines de los 80 y principios de los 90 hubo un apuro excesivo de quitar todo lo que fuera posible del sector estatal, sin un énfasis paralelo en fortalecer otras instituciones. Hubo un evidente problema con el timing (tiempo de implementación). Por ejemplo, en Tailandia y Corea del Sur fue necesario que funcionaran mejores sistemas regulatorios antes de liberalizar los mercados de capitales, y cosas por el estilo. Entonces creo que en ciertos países se malinterpretó el principio de que había que achicar sólo el Estado. En otros países, y no es tanto el caso de la Argentina, en lugares mucho más pobres, como en el Africa subsahariana, creo que la presión por reducir el sector estatal del programa de ajuste estructural que exigían los préstamos fue utilizado por esos gobiernos para deshacerse del sector equivocado del Estado. Eliminaron la parte buena del Estado — la burocracia racional— y se las arreglaron así para desviar la presión de su clientelismo esencial. - —¿Le parece que se trata de "errores de implementación", como dice en "La construcción del Estado"? ¿No cree que hay errores doctrinarios más profundos?- —Para mí, contestar esta pregunta fue uno de los motivos por los cuales escribí ese libro. No es exactamente un error doctrinal porque si uno pregunta a los economistas que crearon el consenso de Washington: ¿No piensa que la capacidad del Estado es sumamente importante en estas áreas residuales donde el Estado es necesario?, todos le dirían:¡Por supuesto que sí! Pero creo que hubo un poco de confusión entre lo que yo denomino el "alcance del Estado" y la "fuerza del Estado". Porque existía esta sensación generalizada de que el Estado simplemente tenía que achicarse, sin tener a la vez una comprensión clara de que había partes que tenían que fortalecerse, en términos de rendimiento.- —Recién mencionó los éxitos de estas políticas aplicadas en los 70 y 80 en Chile. ¿Cómo explica, comparativamente, la evolución de la Argentina?- —Creo que es todo política. Las cosas andaban bien en la Argentina hasta... Bueno, muchas cosas se echaron a perder a fines de los 90. Y probablemente lo más importante fue sólo una serie de malas decisiones de Carlos Menem. Especialmente, intentar postularse para un tercer mandato. Al usar todo su capital político para extender su propia carrera presidencial terminó dilapidando toda su disciplina fiscal. Y después entró en una competencia desgastante con Eduardo Duhalde por la lucha por el liderazgo del partido peronista, y como resultado desperdició su legado. Creo que además está el problema estructural del federalismo argentino, que no existe en Chile. Chile es un Estado unitario, por lo tanto cada decisión que se toma en Santiago se aplica en todo el país; entonces sólo existe el problema del presupuesto. En la Argentina, como los subsidios a los estados provinciales se negocian, los gobernadores se pasan todo el tiempo negociando; y está todo este juego de favoritismo y de sobornar a los amigos y aliados. Eso es algo que van a tener que solucionar si quieren pasar a la próxima etapa de reformas. - —En su libro afirma que, en la ausencia de una demanda interna por mejores instituciones, las soluciones sólo pueden provenir del exterior, bajo formas que van de la cooperación política hasta la invasión y la tutela militar. ¿Qué papel juega la soberanía nacional? ¿No hay un tono escéptico en su libro en relación con estas soluciones? - —Mi opinión general sobre el desarrollo político y económico es ésta: ninguna sociedad se desarrolla jamás por presión externa. Tiene que venir desde adentro de la sociedad. Habitualmente, a través de las elites políticas, pero también, a veces, a través de la presión de la sociedad civil en sentido más amplio. Si no se tiene la voluntad política de efectuar reformas y de construir instituciones, no va a funcionar. Por cierto, las reformas no van a darse sólo porque el Banco Mundial o el FMI obliguen a hacer algo. Como hemos visto en Irak, tampoco funciona cuando se ocupa un país con un ejército; por lo tanto, el papel de los que vienen de afuera debe ser facilitar transformaciones internas. Pero si no se organizan bien las políticas internas va a ser difícil progresar. - —¿Como evalúa la situación actual en Irak? ¿Piensa que Irak seguirá el derrotero de Haití o el "éxito" de Corea del Sur? - —Soy bastante pesimista sobre Irak porque me parece que no hay un consenso sobre la naturaleza fundamental del país. La Constitución acaba de ser aprobada y ya hay un sensación en la comunidad suni de que la Constitución es ilegítima. Esto no es una buena señal para el futuro. Pero sí creo que hay una posibilidad de que se los convenza de aceptar el proceso en estos meses, de modo que no me desesperaría en este momento. - —En la reacción de la administración Bush a la catástrofe del huracán Katrina ¿hubo un error administrativo o fue algo más grave, parecido a las deficiencias de la administración pública del tercer mundo?- —Es complicado. Muchos europeos dicen que esto revela la bancarrota de todo el modelo social americano, y no estoy de acuerdo con eso. Hay algo de eso, pero el modelo europeo también tiene muchos problemas. Creo que sin duda fue un fracaso a nivel del gobierno federal y del gobierno local; una falta de preparación para este tipo de desastres. La gobernabilidad ha sido débil. Pero, sin embargo, diría que esto no se va a repetir en el futuro próximo, al menos no en esta zona. Son ese tipo de crisis que movilizan a la gente para solucionar problemas; es lo que empezamos a ver.- —Aquí va a disertar sobre las desigualdades entre América latina y en Estados Unidos ¿Cómo evolucionará esta relación?- —El destino de ambas mitades del hemisferio occidental es acercarse. Hubo mucha controversia en los Estados Unidos por la inmigración latinoamericana —es inevitable—, pero creo que nuestra proximidad geográfica significará una convergencia creciente. No soy tan pesimista sobre el futuro de Latinoamérica como otros analistas. A pesar de todos los problemas de la Argentina y los países andinos —Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú—, creo que hubo cosas positivas, como el desarrollo industrial en México y Brasil. Que la democracia argentina haya sobrevivido a la crisis también es positivo. Hay que pasar a la próxima etapa del desarrollo de las instituciones fuertes. Es lento, pero algún día ocurrirá. - —Usted se hizo conocido en el mundo entero por "El fin de la historia" ¿Cómo convive con aquella tesis? ¿Sigue representando su forma de pensar?- —Estoy por publicar una nueva versión y estoy escribiendo un nuevo prefacio para la próxima edición. Mi intención fue siempre hacer una pregunta más que una declaración. Una pregunta sobre la modernización: ¿el proceso de modernización apunta en una o en múltiples direcciones? Todavía creo que apunta en una dirección, aunque con variaciones importantes en el medio. Pienso que sigue siendo una cuestión relevante.

1 de noviembre de 2005

“La derrota de EE.UU. es una derrota política”

El filósofo y militante italiano Toni Negri está en la Argentina por segunda vez. Viene de Chile y va hacia Brasil. Después de haber lanzado la polémica en el ámbito mundial con su libro Imperio sobre el fin del imperialismo clásico, ahora está convencido de que es un tiempo anómalo para América latina porque ha dejado de ser el “patio trasero” de los Estados Unidos. De la crisis argentina del 2001 a la actual crisis brasileña, pasando por el fallido golpe en Venezuela y las revueltas andinas, lee un cambio profundo y continental, capaz de dar lugar a un multilateralismo que dispute la pretensión norteamericana de soberanía imperial. En su diálogo con Página/12 insiste con que América latina está más avanzada que Europa para pensar la relación entre los movimientos sociales y los gobiernos en la experimentación de un radicalismo democrático. –¿Qué actualidad tienen las tesis de Imperio luego de la intervención militar de los EE.UU en Irak? –Luego de la salida de Imperio, la polémica se centró en el papel de los EE.UU. en la guerra, a partir de quienes sostenían que la política norteamericana se presentaba como política imperialista, lo que tendía a presentar la tesis de Imperio sobre la redistribución del poder en el nivel global como falsa. Viendo esta posición, lo primero que hay que decir es que la guerra en Irak no mostró el renacimiento de la función imperialista sino, más bien al contrario, la derrota definitiva del unilateralismo imperialista norteamericano. Y esto no sólo por la dificultad que los norteamericanos encontraron en la guerra misma, sino porque se ha demostrado que es absolutamente imposible conducir el proceso de acción de policía internacional fuera de un cuadro mundial de acuerdos que abarca otros actores y países. La derrota norteamericana no es sólo una derrota sobre el terreno, es sobre todo una derrota política debido a su incapacidad para instalar un orden en la zona. La guerra de Irak no implica una derrota como fue la de Vietnam, debido a la resistencia de los Viet-Cong, en el contexto de la Guerra Fría. La derrota actual es por falta de capacidad para construir una unanimidad en torno de una operación de guerra. En otro orden de cosas, el viejo derecho internacional, que era un clásico derecho del Estado nación, ha quedado completamente desplazado y, además, hay que considerar la absoluta incapacidad norteamericana de financiar esta guerra: la crisis del presupuesto norteamericano es algo verdaderamente grave. –En otras oportunidades ha hablado de un “golpe de Estado” en el imperio. ¿Podría explicar esa imagen? ¿Cómo explicaría actualmente la formación de una estructura de poder en el imperio?–En la situación actual, el proyecto norteamericano se revela en una crisis profunda. Bush es un pequeño Luis Bonaparte que intenta un golpe de Estado en el imperio para imponer un comando unilateral sobre la globalización. Esto no sólo no es posible sino que es extremadamente peligroso desde todo punto de vista. Pero además, ha entrado en crisis, también, la capacidad norteamericana de gestión ideológica para desarrollar políticas económicas: el neoliberalismo que parecía totalmente vigente hace unos pocos años es ahora rechazado por un amplio ciclo de luchas, lo que abre una situación extremamente complicada y variable. La guerra ha confirmado que el problema mayor es que el imperio no sabe hacia dónde se dirige. Lo que veremos, entonces, es una nueva batalla por ver quién comanda en el imperio, cuál es el régimen soberano que va a determinarse. La hipótesis que me parece más plausible hoy es la emergencia de un gran conglomerado aristocrático formado por las grandes potencias continentales tales como la China o la India, y parte de Europa, que se presentan en la primera línea de la mundialización. –¿Y cómo evalúa la persistencia de una prédica antiimperialista en buena parte de la izquierda? –De lo que estoy seguro es de que las ideologías antiimperialistas de las izquierdas tradicionales, que son profundamente conservadoras, son equivocadas. Ellas funcionan como una suerte de espejo deformante de las posiciones al estilo Fukuyama y su fin de la historia que piensa en términos de grandes naciones, más que en estas nuevas síntesis soberanas. O de Huntington, sólo él sí es un verdadero enemigo, porque organiza un discurso para las elites norteamericanas. Pienso, en cambio, para volver a lo anterior, que hay que prestar mucha atención al modo en que los movimientos sociales condicionan permanentemente las síntesis políticas, los nuevos modos soberanos. Se trata siempre de variables complejas.–¿Cómo cree que participa América latina de esta nueva redefinición de la soberanía imperial?–Parto de una idea básica y es que ésta parece ser la primera vez que América latina no actúa como patio trasero de Estados Unidos. Es muy significativo, en este sentido el derrumbe del ALCA. Esta modificación es realmente importante, aun si tenemos en cuenta la estabilización de este proceso por la presencia global del neoliberalismo. Esta novedad, además, se traslada al terreno político precisamente en un momento en que el gran vecino del Norte está en dificultades y no tiene capacidad de intervenir inmediatamente. De este modo, la situación de Brasil, signada por la victoria de Lula, ha producido una consolidación de una fuerza de izquierda y un equilibrio intercontinental positivo desde el punto de vista de los movimientos. De Uruguay a Venezuela, pasando por las intensas luchas de la zona andina, lo mínimo que se puede decir es que estamos ante una situación de profunda movilidad. Sobre el plano internacional, estos procesos se proyectan presentando a América latina con un gran potencial continental para participar, sobre el terreno trasnacional, de la gestión del mercado mundial. Lo cual, evidentemente, implica una verdadera innovación. Es en este sentido que podemos interpretar la importancia del desarrollo de las relaciones Sur-Sur. Es desde esta perspectiva, creo, que debemos valorar el papel de esta izquierda sudamericana en el gobierno por su impacto sobre el terreno global. ¿Qué significa, entonces, que un gobierno de América latina se plantee salir del FMI?: El fin de la dependencia es una posibilidad, una potencialidad. Y esa posibilidad es la que debemos pensar. Y el problema mayor que se nos presenta, entonces, ahora, es el de las relaciones entre movimientos y gobiernos, en la medida en que estos últimos están ante la posibilidad de profundizar este potencial creativo de nuevas formas soberanas. –¿Cuál podría ser la relación entre gobiernos de izquierda y movimientos sociales?–Antes decíamos que los gobiernos convivían, a su pesar, con un doble poder. Hoy se trata, en cambio, de un verdadero momento de transformación de la soberanía misma, y de la relación entre estos términos. Y esto se proyecta de modo directo a nivel internacional. Lo cual cobra gran importancia cuando uno recuerda que en la base del imperio está la guerra. Y en América latina es donde se ve cómo estas cosas pasan o no. ¿Qué sucede hoy en Brasil? Seguramente el movimiento va a pagar un precio muy alto por la estabilización actual del gobierno de Lula, al tiempo que los movimientos organizados sienten una enorme desilusión. La situación de la Argentina parece mantenerse en un cierto equilibrio luego de la crisis. Y está la situación venezolana que probablemente presenta el problema de modo caricaturesco, porque la propuesta viene de lo alto y ha desencadenado una energía enorme. Lo cierto es que se trata de la situación más radical de estos países porque puede ser la puerta de entrada de la guerra como variable por parte de los EE.UU. –¿A qué se refiere cuando habla de un “nuevo pacto”? –La cuestión de un nuevo pacto es la redefinición de una alianza estratégica. Pero el punto clave es el contenido multitudinario de este nuevo pacto. Por ejemplo, la defensa de la pequeña propiedad en Brasil, de modo que sea compatible con el desarrollo de la agricultura, que es de hecho un punto programático del MST. Contextualizado para América latina, esto implica la discusión de cómo pensar un pacto que no insista en la reproducción de una perspectiva keynesiana que ya no es posible: hoy no se puede discutir un pacto suponiendo una dinámica productiva dada por la gran industria, sino que el nuevo pacto debe referir a la relación entre las organizaciones sociales y la organización productiva en términos de la cooperación social. El gran error de la izquierda tradicional oportunista es que, si no se habla de las formas institucionales y políticas en las cuales la gran reforma deberá advenir, no se habla de nada. Sólo a partir de estas formas aparece la verdadera dimensión de un radicalismo democrático de base. La cuestión es qué significa hoy tener fuerza y cómo se consolida. Evidentemente, no es a través de un ejército. Este problema está muy presente en la Argentina, que es como un cuerpo abierto, óptimo para el análisis. –Usted apoyó el “sí” a la Constitución europea en el referéndum francés. ¿Cómo explica esta posición que fue contraria a la mayoría de la izquierda europea?–En Europa estamos presenciando la reconstrucción de la izquierda, como por ejemplo la Linkspartei alemana. La izquierda corporativa europea ha tenido su primera victoria en el “no” al referéndum a la Constitución en Francia. Para mí se trataba de impulsar un debate político sobre la relación que existía entre tres cosas: la presentación de Europa como alternativa necesaria a Estados Unidos, la construcción de un espacio europeo abierto a nuevas dinámicas y, por último, la consideración de la Constitución no como lo que daría definiciones positivas sino como una negatividad abierta a contradicciones bien interesantes. Esto no ha sido posible porque los movimientos sociales han sido absorbidos por esta izquierda tradicionalista, salvo una franja del movimiento que trabaja la cuestión de la migración. Cuando apoyé el sí muchos amigos se molestaron (risas). Pero la unidad en torno del no, sobre todo en Francia, es una unidad de locos: socialistas de derecha, estalinistas, intelectuales trotskistas y otros que se juntaron con la derecha y la ultraderecha en nombre de un resentimiento por el fin del Estado social y una supuesta defensa de derechos en detrimento de los migrantes. –¿Cómo ve el movimiento de resistencia global?–En profunda crisis. Lo que empezó en Seattle, siguió en Génova y continuó en el movimiento contra de la guerra ha descendido brutalmente. De esto se ha nutrido la reconstrucción de la izquierda tradicional. Pero lo interesante es que al interior de esta curva descendente ha comenzado otra que empieza a ser ascendente, protagonizada por luchas sociales de nuevo tipo, que se dan
fundamentalmente alrededor del trabajo precario y de la migración.